Al comprar una porción de carne en el supermercado, uno simplemente ve el PVP en la etiqueta, lo que pagará. Pero claro, el precio real de estos productos es distinto. Analizamos el verdadero coste de esta comida a través de distintos efectos sobre el medio ambiente.
La producción ganadera es conocida como una de las más consumidora de agua, alimentos y tierra. Ese uso de suelo se mesura tanto en términos de espacio como de contaminación.
Cada vez más pedazos de tierra son dedicados a la producción pecuaria produciendo un daño considerable a la tierra. Se inmoviliza una cantidad importante de este recurso y eso implica una pérdida importante de biodiversidad. Produce una deforestación de los campos utilizados para producir los alimentos, generalmente cereales, necesarios para la crianza de los animales, implicando a la vez la generación de un monocultivo intenso: espacios gigantescos se ven destinados a la sola producción de soja o otro tipo de cereales.
En conjunto el monocultivo intenso genera un consumo inmenso de agua, una pérdida de calidad de suelo y como consecuencia una producción que necesita cada vez más fertilizantes y agua para tener tasas de rendimiento importantes. Conduce a la degradación de la vegetación, la mayor erosión de los suelos, y el deterioro de su fertilidad y estructura.
Un kilo de carne de vaca conlleva alrededor de 7 kilos de cereales para producirlo: la producción de carne supone el consumo de un tercio de los cereales producidos en el mundo y el noventa por ciento de la harina de soja.
Aquí aparecen evidentes los efectos contaminantes de la producción ganadera. Toca directamente los factores del cambio climático, tales como la desaparición progresiva de los bosques nativos, el aumento del gas de efecto invernadero, la contaminación del agua…
En efecto, la producción industrial de carne y lácteos produce el 14,5% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según un reporte de la Coalición Mundial por los Bosques de 2013. A eso se añade el carácter insostenible de la deforestación producida por la producción intensiva de carne. Por ejemplo en Sudamérica, donde se encuentran algunos de los bosques tropicales más preciosos del mundo, más del 70% de la deforestación ha sido impulsada por la demanda de productos pecuarios.
En la mayoría de los casos la producción de carne industrial implica el uso de fertilizantes nitrogenados para el cultivo de cereales, y esta utilización afecta directamente las aguas naturales, contaminándolas de manera directa.
La industria ganadera implica unas consecuencias al nivel ecológico que estamos lejos de imaginar. Si consumimos sus productos, es necesario acordarse de los efectos indirectos de la producción.
El consumo de carne tiene un coste a veces bien escondido o rápidamente olvidado: el de la salud. Aparte de tener efectos en términos de consumo de grasas, de consecuencias cardíacas o de diabetes, la carne tiene efectos más perversos: los de los antibióticos.
En efecto la industria ganadera depende del uso de cantidades importantes de antibióticos, nada menos que la mitad de los que se utilizan en el mundo, lo que implica la aparición de nuevos “supermicrobios” resistentes a los antibióticos. En efecto, cuanto más se usan esos productos, más posibilidades de desarrollar bacterias resistentes a los fármacos aparecen.
España es el país de Unión Europea que tiene la mayor tasa de uso de antibióticos. En efecto se venden casi tres veces más antibióticos para tratamiento animal que en Alemania, el mayor productor de carne de la eurozona. También una de cada diez muertes debida a la resistencia a los antibióticos en la UE pasa en España.
Se habla muchísimo del alto coste de la carne, pero otros alimentos provenientes de los animales resultan ser bastantes similares en términos medioambientales, como por ejemplo en los huevos o los lácteos. Sorprendentemente también vienen del reino vegetal: es el caso de los alimentos que consumen muchísima agua o recursos naturales, tal como los aguacates. Ante este diagnóstico, tendremos que repensar nuestra dieta así como nuestra agricultura industrial.
Pero ¿cómo garantizar una mejor seguridad alimentaria a través de prácticas sostenibles?. Se puede mejorar de manera considerable nuestra huella ecológica y nuestra salud comprando alimentos de proximidad, reducir el consumo de carne y lácteos (además de controlar su origen), sustituir el uso de alimentos sobreempaquetados por la comida a granel… ¡Y por encima de todo reducir el desperdicio alimentario!
Fuente: modificado de Alice Cognez para Fundación Vida Sostenible.