Cuando el 22 de abril de 1970, por iniciativa del senador estadounidense Gaylord Nelson, se celebró por primera vez el Día de la Tierra –conocido en la actualidad como el “Día Internacional de la Madre Tierra” - la creciente contaminación atmosférica y el deterioro medioambiental , con sus impactos negativos en el planeta, empezaban a preocupar a un número creciente de personas (el movimiento ecologista daba sus primeros pasos), y con esa acción se pretendía crear una conciencia colectiva sobre ese problema, que todavía no estaba ligado al clima, pero que pronto comenzó a estarlo.
Fue en la década siguiente –en los años 80 del siglo pasado– cuando comenzó a hablar del calentamiento global y del cambio climático , lo que coincidió, además, con la detección del agujero de ozono en la Antártida , mezclándose ambas cuestiones. Comenzó a extenderse la idea de la fragilidad de los procesos que tenían lugar en la atmósfera, nuestra capacidad de alterarlos y la amenaza que eso podía representar para nuestra propia especie y el resto de seres vivos.
Un calentamiento global impulsado por el hombre
Hace tiempo que el concepto de clima evolucionó hacia el sistema climático o sistema Tierra. El círculo se cierra. Todo está interrelacionado en el planeta. Si bien en la atmósfera los cambios se manifiestan más rápido que en los otros componentes del citado sistema, como los océanos (hidrosfera) o las grandes masas de hielo (criosfera), los cambios se terminan transmitiendo por todo el complejo sistema , poniendo a prueba su propia estabilidad. En ese punto nos encontramos en este momento. La principal singularidad del calentamiento que está experimentando la Tierra, aparte de ser antropogénico, es su rapidez , lo que supone una dura prueba de adaptación, en el caso de que las temperaturas sigan repuntando al ritmo actual o mayor.
Desde 1850, que es el año que se elige como inicio de la época instrumental (momento a partir del cuál disponemos en la Tierra de un conjunto de observaciones meteorológicas lo suficientemente numerosas para obtener un valor termométrico representativo del conjunto del planeta), la temperatura global ha subido 1,2 ºC, lo que, a primera vista, puede parecer poca cosa, pero es un ascenso muy significativo si tenemos en cuenta que se ha producido en 170 años, y que, además, una parte importante de esa subida ha ocurrido en las últimas cinco décadas.
Los efectos del calentamiento global son evidentes. Su magnitud es mayor en algunas regiones terrestres como el Ártico, donde la subida es del orden de 3ºC, quedando por debajo de la media en la franja ecuatorial. El aire de la baja troposfera no es el único medio que se está calentando, también lo está haciendo el agua superficial de los océanos, llegando a la señal del calentamiento en algunas zonas oceánicas de profundidades intermedias. Ya no solo hablamos de olas de calor en la atmósfera (cada vez más frecuentes e intensas), sino también de olas de calor marinas. En este marco climático, cada décima de grado que siga subiendo la temperatura, incrementará en gran medida los impactos, afectándonos cada vez más de lleno. Nos acercamos a peligrosos puntos de no retorno, que debemos de evitar a toda costa, dejando de quemar masivamente combustibles fósiles. No queda otra.
La importancia de medio grado
Las alarmas comenzarán a encenderse si la temperatura media global alcanza una subida de grado y medio (+1,5 ºC). Nos hemos fijado tres décadas de margen (hasta 2050) para lograr, para entonces, tener emisiones netas de cero, lo que –teóricamente – estabilizaría la temperatura en torno a ese valor. Para lograrlo, la presente década (2021-2030) es decisiva, y la reducción de emisiones debe comenzar a producirse a un ritmo importante, desde el año actual. Si se mantiene la inacción climática, nos iremos dirigiendo hacia unos escenarios de difícil adaptación, que serán necesarios traumáticos. En los más extremos que plantean las proyecciones climáticas, está en juego, incluso, nuestra propia supervivencia.
Con mucho esfuerzo también, quizás logremos estabilizar el calentamiento global a + 2ºC, lo que supone “sólo” media décima de grado más que el grado y medio deseable. De nuevo, esa diferencia puede parecernos pequeña, pero la magnitud de los impactos que sufriríamos es mucho mayor, lo que empezaría a complicar mucho las cosas para las generaciones futuras. Lo positivo es que el cambio es posible, lo negativo y preocupante es que el margen para lograrlo se reduce cada vez más.
Fuente: Meteored