En una de las pelis de Mad Max, los habitantes de una ciudad se abastecían de combustible que obtienen de los excrementos de cerdos. En esta historia son los excrementos humanos los que mueven los vehículos. Capaces de mover un coche o una ambulancia durante 18.000 kilómetros al año, las heces son una mina de combustible limpio, barato y sin olores... siempre que estén tratados y transformados en biometano, claro. Esta es la experiencia pionera que ha conseguido transformar aguas fecales en un eficiente combustible ecológico en Chiclana.
Esta historia comienza en un retrete. Podría ser en el mío, el suyo o el de una estación de tren. Todos, sin excepción, tiramos de la cadena (o apretamos un botón) pero a nadie se le ocurre pensar que con ese gesto lo que hace es lanzar oro por el váter. Las heces que llegan a una depuradora se transforman en biometano, éste pasa a un surtidor y de ahí a un Volkswagen Ecoup para cuatro personas. No es ficción. «Éste es el futuro ya hoy», sostiene el ingeniero industrial Arbib Zouhayr, al frente All-Gas, un proyecto pionero en el mundo -desarrollado por FCC Aqualia en colaboración con científicos de la Universidad de Cádiz, Almería, Holanda y Reino Unido- que ha conseguido transformar aguas fecales en combustible ecológico a un precio tres o cuatro veces menor que el de la gasolina o el gasóleo.
Rugen los motores de inmensas máquinas conectadas por kilómetros de tubos. En un lateral de la planta gaditana de reciclado de aguas residuales El Torno, dentro de lo que a simple vista semeja una piscina rectangular, 500 m2, circula sin parar una masa espesa de agua turbia y microalgas que le aportan un color verde intenso. No hay olores. Un poco más allá se ve una gran bola, cuyo interior almacena el biogás que, tras ser purificado según las normas de la UE, terminará en la estación de recarga que se encuentra a la entrada de esta especie de refinería.
Andrés, empleado del Ayuntamiento de Chiclana, viene a repostar. Conduce uno de los ocho vehículos de la flota municipal (hay tres más en Jerez) que funcionan con el biogás extraído directamente de los excrementos. Lo llevan a gala. En los laterales de la furgoneta han resumido de manera pedagógica el complicado proceso: han dibujado un váter sonriendo del que sale una manguera cuyo extremo termina en el depósito de automóvil. No hay duda de dónde procede el combustible. Andrés acerca su furgoneta al surtidor y le inyecta 21 kilos de gas, poco más de la mitad de la carga total. Y por sólo 6,3 euros, tres veces menos de lo que pagaría si fuese gasóil. «Nunca me imaginé que llegaría a esto», dice asombrado el hombre. Tiene combustible para 300 km.
Según los análisis realizados, el biogás de Chiclana «contamina menos que la gasolina y un mucho menos aún que el gasóleo», explica Arbib. Los datos hablan de un 80% menos de NOx (compuestos químicos a base de óxido de nitrógéno, peligrosos para la salud) y un 20% en CO2. Es decir, si estos coches movidos con biometano de excrementos circularan por Madrid lo harían con la etiqueta ECO. Ha habido muchos intentos alrededor del mundo, pero ninguno ha funcionado hasta ahora. En Estado Unidos, por ejemplo, intentaron obtener hidrógeno para los coches del futuro, pero el rendimiento no fue el esperado, como tampoco lo fue el intento de obtener biodiésel de las cacas. Lo que convierte el proyecto de Chiclana -que arrancó en 2012 con financiación de la UE de 7,1 millones de euros y concluye en agosto de 2019- en pionero a nivel mundial.
La novedad consiste en mezclar las aguas residuales con microalgas (que se cultivan en los laboratorios de la propia planta de reciclado a partir de células de la estirpe autóctona Scenedesmus Ellipsoideus) y que les de la luz del sol. Lo que hacen principalmente es alimentarse del fósforo y el nitrógeno presentes en las aguas residuales. El resultado final es la obtención agua limpia (para riego de parques, jardines, calles, etc) y, por otra parte, biomasa (una pasta espesa compuesta de microalgas y bacterias). Esa biomasa pasará a un reactor anaeróbico donde, a 35ºC, se llevará a cabo la digestión de la que se obtendrá el biometano para los coches. Posteriormente este biogás se purifica según los parámetros establecidos por la UE para su uso como combustible de automóviles, y pasa a un surtidor listo para poder mover un coche.
Lo probamos. El ingeniero de Aqualia Arbib Zouhayr, responsable de haber ordenado todo este rompecabezas en los últimos siete años, nos invita a conducir el primer coche que arrancó con biometano, un Volkswagen Up. Lo encendemos. No hay rastro de olor ni un mínimo ruido. Llevamos el depósito lleno, poco más de ocho euros. Podríamos recorrer 400 kilómetros, por ejemplo, de Madrid a Valencia. A menos de un kilómetro de la planta de El Torno llegamos a lo que son «las mayores piscinas de depuración de aguas residuales del mundo», según Arbib. Las cuatro ocupan 5.200 m2. El verde oscuro de las aguas delata los cientos de millones de microalgas, además de un número incalculable de bacterias, que depuran las aguas fecales.
Quien primero supo ver el gran poder las microalgas fue el investigador José Antonio Perales, de la Universidad de Cádiz. Él comprobó que, a diferencia de la depuración con lodos activos (el tratamiento convencional), las microalgas limpiaban las aguas residuales mucho mejor, con menos gasto energético y producen mucha más biomasa. Justo la que necesitaban para obtener el biometano para los coches. Salvo los vehículos de la Policía, el Consistorio gaditano puede llenar el depósito de autobuses, ambulancias o cualquier otro transporte municipal con el gas de los excrementos. Cualquier automóvil que disponga de depósito para biogas puede utilizar este biometano.
David Arenga, hasta hace unos meses encargado de obras hidráulicas en Chiclana, es quien más distancias suma con el nuevo combustible. Su nuevo cometido consiste en recorrer 400 km todos los días en un Volkswagen Caddy movido con el biometano de las aguas fecales de la localidad. Todo lo que ocurre desde que Arenga arranca (velocidad, acelerones, consumo, distancia recorrida, paradas y arrancadas...) queda reflejado, y los datos son enviados a la planta. Cada 20.000 kilómetros el automóvil se envía a los talleres de EnergyLab, en Vigo, donde desmontan el motor pieza a pieza y analizan el impacto que está teniendo el combustible (el desgaste, la combustión, el consumo medio de biogás...). Y lo vuelven a montar.
"Lo que queríamos era un estudido independiente y minucioso que nos dijera exactamente que está pasando en el interior de motor. Si nuestro biogás daña el catalizador u otras piezas o el tipo de desgaste que pueda tener toda la mecánica del automóvil"
Arbib Zouhayr
En total, son cuatro los coches que se utilizan en los test, dos Volkswagen, un Seat León y un Ibiza de la misma firma. La idea es que con este biogás se puedan recorrer -«sin problemas»- al menos 18.000 km al año. No sólo hay que tener en cuenta el ahorro que supone al bolsillo. La principal ventaja es que se trata de un combustible no fósil como la gasolina o el diésel. «Incluso es más limpio que una batería eléctrica cuyo litio no tardará en ser un problema...», añade Arbib.
Lo cierto es que el uso de algas para producir energía con biomasa, considerado en su momento por el presidente Barack Obama como la energía del futuro, ha recibido críticas con el argumento de que necesita grandes cantidades de energía, agua y productos químicos que lo hacen insostenible. Sin embargo, el proyecto de Chiclana ha demostrado lo contrario. Que el agua sucia de los hogares y la luz del sol podría reducir nuestra dependencia del petróleo.
Fuente: texto e imágenes de El Mundo