Quienes paseen por los Jardines de Viveros en Valencia esta primavera, podrán ver la exposición fotográfica al aire libre “Gestos para salvar el planeta”. Esta muestra, realizada por Lunwerg, comisariada por Joaquín Araújo y patrocinada por Fundación AXA, reúne sesenta y cinco impactantes imágenes de fotógrafos nacionales e internacionales, que nos recuerdan que los pequeños gestos cotidianos pueden ayudar a salvar el planeta. Son gestos solidarios con la vida, a veces mínimos, que en realidad son obligaciones morales para cada uno de nosotros. La muestra no es solo una reunión de imágenes impactantes y bellísimas, sino un intento más de concienciación sobre lo que más debería importar: nuestro futuro. Algunas de las propuestas y sugerencias que nos transmiten, parecen minúsculas, casi insignificantes, pero conviene recordar que muchos gestos individuales pueden unirse entre si para culminar tareas inmensas.
Imagen de Diario Sur
Las imágenes seleccionadas para esta exposición por el naturalista Joaquín Araújo nos recuerdan la fragilidad del planeta y nos ayudan a tener presente una serie de pequeños- grandes gestos que pueden ayudar a su conservación. Son detalles, obligaciones, que nos implican personalmente en nuestro día a día, como ahorrar energía, recurrir a energías limpias como la solar o evitar la contaminación atmosférica.
Hay muchas otras acciones necesarias, en las que debemos aportar nuestro grano de arena y estas imágenes nos las recuerdan: utilizar el agua sin derrocharla y limpiándola tras su utilización, frenar la extinción de especies en peligro, mantener la enorme diversidad cultural del planeta, alimentarnos con plantas cuidadas con técnicas ecológicas, asegurarnos de que el pescado y la carne que consumimos se obtiene de forma sostenible, apoyar los cultivos racionales, evitar los envases no reciclables, contribuir a limitar y a combatir los incendios, decir no al coleccionismo de especies exóticas y a su tráfico ilegal, ayudar a frenar la caza ilegal y abusiva, limitar el consumo de productos contaminantes y de detergentes no ecológicos, reciclar papel y otros residuos, reducir el consumo de plásticos, utilizar los transportes públicos y en especial los menos contaminantes, como el tren, reducir la contaminación acústica... e incluso apoyar el turismo sostenible y renunciar a viajar a destinos frágiles para evitar el deterioro que produce el turismo masivo.
Además de un deleite para los amantes de la fotografía o de la Naturaleza, la Fundación AXA pretende que esta exposición sea una llamada a la reflexión y al compromiso con la preservación de nuestro planeta. El naturalista Joaquín Araújo, comisario de la exposición, nos recuerda que la exposición nos da un toque de atención sobre la necesidad de comportarse con respeto con la naturaleza y de mantener unas relaciones sensatas con los recursos naturales. “Los gestos, pequeños y grandes son importantes para nuestra vida cotidiana y para salvar el planeta. Caminar y pedalear, retirar basuras, sentir compasión por los otros, la austeridad voluntaria... son peldaños que nos harán escalar hacia un mundo más limpio, vivaz, solvente y justo. En definitiva: ¡todos podemos ser parte de la solución!”, explica Araújo. “La exposición “Gestos para salvar el planeta” nos recuerda que la Tierra es un hogar que depende de nosotros: es única, es insustituible, pero también es frágil. Por primera vez, en más de 3.000 millones de años, depende de las decisiones de uno solo de sus inquilinos: nosotros”.
“Somos muchos, aunque de momento minoría, los que pensamos que nada tiene solución si te excluye o te excluyes. La solución, todas las soluciones, comienza precisamente en uno mismo. Incluso cabe activar el mejor de los activismos cuando olvidas por completo las conductas ajenas y conviertes la tuya en una constatación de que es posible no conformarse con el esto es lo que hay. En suma: las propuestas para una conducta mucho más respetuosa con el entorno son pura cultura de la prevención, seguros de vida para la vida”.
¿A quién estamos proponiendo salvar? Pues nada menos que a lo que nos salva. No en el sentido convencional de la palabra, pues no somos nosotros los que estamos en peligro sino los que ponemos en peligro. Este mundo y sus componentes físicos nos salvan porque no han hecho más que multiplicar las posibilidades de la vida y de su continuidad.
A lo largo de miles de millones de años la Naturaleza ha conseguido innovar, con millones de formas vivas diferentes el plantel de actores. Y al mismo tiempo, ha facilitado que todas ellas encuentren las condiciones mínimas para sobrevivir y renovarse. Sin embargo el actual estilo de vida humana amenaza y agrede a la totalidad de la vida. De hecho, todo confirma que estamos en la sexta gran extinción. Miles de especies están desapareciendo. Consecuencias todavía peores son las que acarrean los modelos de producción y energéticos que interfieren o trastocan los ciclos y procesos que fundan y sostienen a la Vida en su conjunto. El cambio climático es la evidencia más contundente de estos encadenados y masivos deterioros de nuestro planeta, donde nada ni nadie queda al margen de las consecuencias que el cambio global ha provocado en la estructura y forma de funcionar de la Biosfera.
La rectificación que sugerimos será tanto más posible si valoramos correctamente lo que estamos perdiendo. Si nos situamos en el escenario donde se despliega la tragedia. A modo de introducción recordamos dónde está, qué necesita, cómo y con qué funciona nuestro querido, único y frágil planeta Tierra”.
Poco, por no decir nada, resulta tan necesario para la vida como el agua. Es un principio que participa en todos los principios de lo individual y de lo compartido. Se puede afirmar que todos los seres vivos somos hermanos gracias parentesco que nos concede este líquido crucial. También es la base de todo lo sano, lo que crece y lo que perdura. Por lo tanto, si algo no debe ser ni privatizado ni ultrajado es el agua. A las destrezas del agua debemos responder con la obligación moral de usar el mínimo posible y limpiarla tras utilizarla.
El tráfico anual de especies con las que llenar jaulas, acuarios, terrarios, zoológicos y laboratorios alcanza la cantidad de unos 500 millones de animales y plantas. Y para muchos expertos aún se trata de una cifra conservadora. Solo los peces tropicales que acaban en las peceras del mundo acomodado suman 350 millones; y a estos hay que sumar cinco millones de aves que acaban encarceladas, cuatro de cactus y nueve de orquídeas... El resultado es una auténtica sangría para variedad de vida de nuestro planeta. Y todo para satisfacer caprichos como son mascotas y plantas de interior domesticadas.
Nada está tan justificado como conseguir alimentos suficientes para nuestra supervivencia, pero demasiadas veces, al nutrir nuestro organismo, dañamos nuestro entorno. La producción industrial de comida, en efecto, se basa en la utilización de ingentes cantidades de energía fósil, abonos químicos y biocidas de todo tipo. Recordemos que el sector primario es responsable de una cuarta parte de las emisiones de gases con efecto invernadero, y últimamente ha aumentado los cultivos genéticamente modificados. Sin embargo, cabe alimentarse con plantas cuidadas con técnicas ecológicas, y que ofrecen la posibilidad de cuidar la vida del planeta, y también nuestra salud.
Nos acercamos a los mil millones de turistas anuales en todo el mundo. En los últimos cincuenta años ha incrementado el viaje como ocio, y son casi cien mil los vuelos que cada día surcan la atmósfera del planeta. Sin olvidar a los otros medios de transporte y las necesarias infraestructuras suponen. Tal masificación supone una auténtica tortura para la calidad de los aires, la belleza de los paisajes y la vida de los que en ellos residen. Viajar algo menos y algo más cerca entra de lleno en el repertorio de los gestos sensatos.
En nuestras excursiones en el medio natural —ya sean bosques o playas—, debemos evitar dejar detrás de nosotros cualquier rastro de basura, pero también salirnos de los senderos marcados o usar vehículos de motor. Estos gestos reducirán la contaminación visual y acústica, y evitarán que nuestros residuos se conviertan en trampas mortales. Para una ardilla o un conejo la ingesta de un plástico puede ser fatal, y se ha detectado más de un centenar de insectos muertos en un solo envase de refresco abandonado en un bosque.
Una considerable esperanza para la continuidad de la vida reside en los ámbitos que hemos decidido proteger legalmente de cualquier transformación drástica. Goza de tal estatus aproximadamente el 4% de la superficie sólida del planeta y solo el 1% de la marina. Esto quiere decir que todavía resultan necesarias muchas más acciones legislativas que aseguren la integridad de los ámbitos que permiten la supervivencia de la diversidad de la vida de este planeta, tan amenazada en casi todas partes. Conviene tener presente que es mucho más correcto considerar a los parques nacionales como espacios protectores que protegidos.
Casi la mitad de la energía se despilfarra; es decir, se gasta sin generar trabajo o bienestar. Tenemos un puñado de ejemplos. A las calefacciones ineficientes por falta de buen aislamiento o los hogares con una temperatura por encima o debajo de los 22 ºC, se pueden añadir la iluminación en lugares que no usamos o las bombillas que no son de bajo consumo, como las LED. A estos se pueden añadir otros gestos, como bajar las escaleras andando o desconectar los electrodomésticos que no usamos, que nos permitirán ahorrar hasta un 30 % de la energía doméstica.
Poco, o nada, tan necesario en estos momentos como contribuir por todos los medios posibles al cambio de modelo energético. Las grandes decisiones dependen de los gobiernos y de unas pocas empresas, pero todos podemos reclamar que la opción de las energías renovables llegue y se generalice. Hasta que esta sensatez se consolide podemos elegir nosotros mismos sin esperar a nadie. Optar por las energías renovables es posible, tanto a través de la compañía a la que contratamos como a través de la adquisición de equipos fotovoltaicos y termosolares.
El sector primario de casi todos los países usa más del 70% del agua disponible. Sin embargo, la producción de alimentos puede saldarse con un gasto hasta un 50% inferior al actual. La modernización de los regadíos y algunos comportamientos tan racionales como regar solo de noche, al menos en los países cálidos, debe abandonar el territorio de los gestos para convertirse en una norma de obligado cumplimiento. Sobre todo teniendo en cuenta que el cambio global convertirá en más irregulares e incluso escasas las lluvias en buena parte del planeta.
Los envases y embalajes, los envoltorios y sus adornos se han convertido en uno de los más claros excesos de las sociedades consumistas. A menudo el coste energético y económico de estos es mayor que el objeto contenido en su interior. No resulta nada complicado rechazar tanto contenedor, pero debemos ir un paso más allá, y asegurarnos que se hayan fabricado utilizando exclusivamente materias procedentes de elementos naturales renovables. De hecho, pronto se convertirá en una exigencia legal en la mayor parte de los países desarrollados.
Los plásticos pueden tardar más de un siglo en degradarse por completo. Con todo, su uso no hace más que incrementarse. Se han localizado incluso islas, grandes como países enteros, en casi todos los océanos. Cada español usa unas 230 bolsas de plástico al año, es decir, 10.500 millones de toneladas, si sumamos los agrícolas y otros tipos de envases. La opción de usar menos plástico no puede esperar, y urgen gestos para evitar las anillas de plástico de los refrescos u optar por una bolsa de tela para la compra.
Demasiados productos de consumo convencional están preparados para durar poco. Prácticamente el 80 % de lo que se vende en un país industrializado es utilizado una única vez y, por tanto, se convierte de inmediato en basura; o lo que es lo mismo: en un problema ambiental. La basura tecnológica, por ejemplo, asciende a nada menos que a 15 kg por persona y año en España. Ante estos datos, la decisión de reparar o reutilizar un producto —que, por supuesto, no es naturalmente perecedero— es por completo nuestra.
De todas las formas de malgasto e incremento de residuos, la más lamentable es la relacionada con los alimentos. A pesar de que se produce suficiente alimento para todos los seres humanos, todavía existen unos ochocientos millones de personas mal alimentadas. El hambre asoma incluso en las sociedades opulentas. Con todo, un tercio de la comida de nuestros comercios o casas es arrojada a la basura, y en todo el mundo se desperdician 1.300 millones de toneladas cada año. Ante semejante despropósito, deberíamos dar a los bancos de alimentos la comida que no vayamos a consumir.
Para aminorar el impacto que produce el consumo de carne, asociado al incremento de la riqueza de una sociedad, no puede ser más fácil: basta con ser más vegetarianos. Y es que las dietas basadas en carne gastan 1.500 veces más energía y cien veces más agua que las vegetarianas. La dieta mediterránea, por ejemplo, reduce a la mitad el consumo de productos cárnicos y a la cuarta parte las grasas de origen animal, al tiempo que incrementa en un 20% el consumo de frutas, verduras y legumbres. Comer mejor ayuda a todo el planeta.
Muchos de los productos que compramos a diario han sido producidos bajo unas deplorables condiciones de trabajo o sin el más mínimo respeto por el medio ambiente. Y no siempre podemos alegar ignorancia ante este hecho. A día de hoy, en nuestro país, como en muchos otros, existe una importante red de comercio justo. A menudo las tiendas que participan de la misma nos exigen un gasto algo superior al comercio convencional; pero a cambio, nos aseguran algo mucho más importante. Los productos que consumimos no son fruto de injusticias sobre personas ni degradación sobre el paisaje.
Recuerda, desde el 8 de mayo y hasta el 18 de junio de 2017 puedes disfrutar de la exposición fotográfica “Gestos para salvar el planeta” en los Jardines de Viveros de Valencia, organizada por Lunwerg, patrocinada por Fundación AXA y comisariada por Joaquín Araújo.