Ya pagamos algo por nuestra huella, no mucho, por ejemplo cuando nos cobran algún euro de más por aparcar si nuestro coche es viejo y por lo tanto contaminante o cuando pagamos algo más por el agua por gastarla en exceso. Pero ahora se trataría de crear una especie de impuesto sobre la huella de las personas físicas (IHPF). Lápiz en mano, el contribuyente iría rellenando las casillas de su declaración, entre suspiros y lamentos: ¿pero tú sabes lo que tengo que pagar por los dichosos 354 gramos de CO2 por km que suelta mi coche? Mientras que el feliz poseedor de un coche eléctrico vería ante sí grandes posibilidades de desgravaciones y el ciudadano austero no solo no tendría que pagar nada, sino que le saldría a devolver. La iniciativa francesa de pagar un tanto por km a los que vayan al trabajo en bicicleta va en esta dirección.

Impuestos sobre la huella de carbono se han propuesto algunos, incluso de manera bastante detallada, pero la exploración del IHPF no está todavía muy desbrozada. Tendría la grave dificultad de confundir ricos derrochadores (el propietario del enorme todoterreno al que aludíamos antes) con pobres que no se pueden comprar un coche nuevo y deben seguir tirando con el viejo, que emite un pico de CO2. Pero para eso están los expertos de Hacienda y Huella, para establecer la exenciones que hagan falta. En general, la idea de penalizar a los que viven por encima de las posibilidades de nuestro planeta y subvencionar a los que consumen sus recursos con prudencia parece interesante. Además. se crearía una nueva figura profesional, el astuto asesor fiscal de huella ecológica.

 

Fuente: señalesdeSostenibilidad, boletín informativo de Fundación Vida Sostenible.