Una investigación publicada en la revista científica Ecosistemas de la Asociación Española de Ecología Terrestre demuestra de forma teórica que la reintroducción progresiva, en ecosistemas degradados, de especies en los distintos niveles de la cadena alimenticia conduce a un aumento de la persistencia de la comunidad.
El equipo de investigación de este estudio ha observado que a medida que la comunidad se hace más compleja y que se reintroducen interacciones, mayor es la probabilidad de persistir de las especies introducidas y su resiliencia a los cambios.
Este estudio, fruto de la colaboración del investigador David García Callejas de la Estación Biológica de Doñana y la Universidad de Cádiz, y la investigadora Aurora Torres de la Universidad Católica de Louvain en Bélgica, se enmarca dentro de uno de los mayores retos en restauración ecológica que existe hoy día: cómo recuperar comunidades complejas que sean resistentes a especies invasoras, el cambio climático o los incendios. Asimismo, demandan la necesidad de realizar más trabajos en esta línea para determinar cuál es “la forma más eficaz y el balance justo” para conseguir la recuperación de las interacciones en ecosistemas degradados y devolverlos a un estado de salud que les permita adaptarse a los efectos del cambio climático.
Esta línea de investigación tiene una gran relevancia para el panorama medioambiental actual, si tenemos en cuenta que en el año 2021 comienza la “Década de las Naciones Unidas para la restauración de ecosistemas 2021-2030”. Un proyecto que pretende incrementar a gran escala la restauración de 350 millones de hectáreas de ecosistemas degradados y destruidos, como medida para combatir el cambio climático, enriquecer la biodiversidad, mejorar la seguridad alimentaria y el acceso al agua.
La ONU quiere además concienciar a la sociedad de que existe una necesidad global de revertir la degradación de ecosistemas y recuperar la funcionalidad asociada a la diversidad de especies e interacciones, ya que según datos de la Naciones Unidas en la actualidad “más de un 77% de la superficie terrestre se ve afectada por las actividades humanas”. Nos encontramos, por tanto, ante un momento clave para recordar la necesidad de impulsar la restauración y seguimiento de interacciones ecológicas y del funcionamiento de los ecosistemas.
El equipo de esta investigación escogió como modelo de estudio la red de especies de una pequeña isla cercana a Menorca, la Isla del Aire, analizando de forma teórica la evolución de un ecosistema degradado ante la introducción por fases de diversas especies autóctonas de la zona reconocidas por sus interacciones positivas.
Los resultados obtenidos apuntan a que la comunidad en la que solo se introdujeron especies vegetales, sin ninguna interacción animal (fase 1), fue la que mostró valores más altos de viabilidad para las especies introducidas. Con la salvedad de que, algunas de estas especies presentaron bajas perspectivas de continuidad, debido a la falta de polinizadores, indispensables para su crecimiento.
Sin embargo, al introducir en una segunda fase especies de polinizadores a la comunidad vegetal, observaron cómo ésta se desestabilizaba al no existir otras especies que controlasen las poblaciones de insectos. Fue entonces, a medida que se introdujeron especies más altas en la cadena trófica, como la lagartija balear que ejerce de depredadora de insectos y a la vez de dispersora de semillas, cuando la persistencia media de las especies en la comunidad aumentó en un 20%, el mismo efecto que al introducir un depredador externo como el cernícalo en una cuarta fase.
Estos resultados indican que el aumento paulatino de la complejidad de las comunidades en proceso de restauración pone en riesgo su viabilidad cuando las interacciones son escasas, de igual manera que una casa a medio construir es todavía inestable. Un aspecto que se va contrarrestando a medida que se introducen más especies, aumentando con ello los valores de persistencia media de la comunidad, gracias al incremento del número de interacciones y sus efectos indirectos asociados, los cuales son difíciles de observar pero representan un 40% de los efectos entre especies de una comunidad, según investigaciones previas.
Como menciona David García Callejas, autor de este estudio, “la salud de los ecosistemas es la base sobre la que se asienta nuestra existencia, nuestra supervivencia como especie”. De esta forma, David reivindica la importancia de esta investigación que pone el foco en el conocimiento científico de la restauración activa de interacciones en ecosistemas degradados, un área de la ciencia que aún posee una escasa base teórica.
Tal y como explica la investigadora Aurora Torres, las medidas de restauración pasivas se basan en dejar que el ecosistema evolucione por sí mismo y que se vayan desarrollando interaciones de forma natural y no por influencia humana. El problema, según indica Aurora, “es que algunos sistemas tienen tal nivel de degradación que necesitan un empujón para poder avanzar”, refiriéndose en este caso a medidas activas destinadas a promover la recolonización natural de especies. Pero puntualiza que, “al final las medidas tomar y los recursos a invertir dependen completamente de cada caso y su contexto ambiental, social y económico”.
Se podría concluir por tanto, que este estudio es un paso más en el campo de la recuperación de las redes ecológicas, en el que se apuntan medidas que podrían ser aplicadas de manera directa al diseño, evaluación y seguimiento de programas de restauración.
Sin olvidar que, tal y como indica esta investigación, “restaurar ecosistemas complejos, con mayor diversidad de especies e interacciones, no es sencillo”, por lo que es fundamental hacer un seguimiento riguroso que permita entender el funcionamiento de cada comunidad para saber cuáles de las especies pueden llegar a desempeñar un papel importante en la recuperación de un ecosistema degradado y encontrar las medidas de actuación más apropiadas.
Fuente:David García Callejas y Aurora Torres "Restauración de interacciones ecológicas: medidas y consecuencias a escala de comunidad", Ecosistemas 28(2): 42-49 [Mayo-Agosto 2019] Doi.: 10.7818/ECOS.1748