Todas las costas están sometidas al compás de las mareas. Este vaivén es un factor determinante del paisaje, pues cuando la marea sube puede alcanzar varios kilómetros tierra adentro y dejar extensas áreas completamente sumergidas, mientras que cuando baja se quedan desprovistas de agua. La vegetación de los complejos lagunares Ojo de Liebre y San Ignacio que se encuentran en la costa occidental de la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, no son la excepción.
Si bien son pocas las especies vegetales que toleran las condiciones ambientales de salinidad, alcalinidad y radiación solar extremas asociadas a semejante capricho, éstas son vitales para la producción de nutrientes y para que una gran diversidad de aves y otras especies marinas encuentren allí refugio y sitios de anidación.
Las lagunas revisten tal importancia, que cada invierno se dan cita en sus alrededores más de 20 especies de patos y gansos migratorios. La mayoría son gansos de collar, aunque también asisten a la congregación cientos y a veces miles de ejemplares de otras familias, como el copetón, el golondrino, los cabezudos y el pato boludo. Otras especies más anidan en los bordes de la reserva, como el ibis blanco, el águila pescadora, los cormoranes y las garzas blanca, gris, flaca y roja. La riqueza de aves que llega a estas lagunas es conocida desde hace décadas; es por eso que desde 1972 se les declaró refugio de aves acuáticas migratorias.
Sin embargo, sus atributos no terminan ahí. Las lagunas albergan fauna marina de gran importancia pesquera, como la almeja chocolata (Megapitaria squalida) y la mano de león (Lyropectec subnudosos), así como ostras, langostas, peces como la curvina y varias especies de tiburones, pero también algas. Aunadas están las especies de atractivo turístico, como las tortugas marinas, la foca común y los lobos marinos, aunque la que imanta al turismo con su carisma es la ballena gris.
Como otras especies de cetáceos, la ballena gris tiene una constitución aerodinámica que facilita su desplazamiento, cualidad imprescindible para esta andariega que se alimenta de anfípodos y poliquetos en los gélidos mares de Chukchi y Bering, al norte del continente americano, para después viajar diez mil kilómetros a las apacibles aguas de las lagunas de San Ignacio, Ojo de Liebre y Bahía Magdalena, en Baja California Sur, donde nace y se cría el único hijo que cada hembra gesta durante 12 meses.
Estos cuerpos de agua son excelentes guarderías, porque la salinidad de la laguna favorece la flotabilidad, lo que facilita la crianza mientras los pequeños aprenden a nadar, a la par que la profundidad mantiene lejos a sus predadores.
Al nacer, los ballenatos pesan apenas media tonelada, pero bajo un régimen a base de leche elevada en grasas (53%) en tres meses tienen la suficiente corpulencia como para comenzar, bajo la mirada vigilante de su madre, su primera aventura hacia los mares del norte.
Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales | 13 de enero de 2017