Leemos en la Vanguardia un interesante artículo sobre el proceso de cambio en la biodiversidad. La diversidad biológica es el mayor patrimonio que alberga nuestro planeta, un patrimonio que debe ser custodiado, conservado y defendido ante cualquier amenaza, comenta Jose Luis Gallego naturalista y divulgador ambiental para el medio de comunicación.
Cuando uno ama la naturaleza en su conjunto y desde principio a final, desde la musaraña a la ballena azul, desde la más humilde de las flores a la más alta de las secuoyas, no puede evitar caer en el espanto al conocer que más de un tercio de los animales y plantas actualmente descritos podrían desaparecer en el presente siglo como consecuencia de la crisis climática.
Sin embargo no todos los que siguen la evolución de la vida en el planeta viven este momento con la misma turbación. Existe quien lo interpreta, no ya como un período de declive, sino como un tiempo de relevo. Y nos lo explican acudiendo a lo más substancial de la teoría de la evolución: las especies se extinguen porque dejan de ser competitivas respecto a aquellas con las que comparten el ecosistema que habitan.
Este es uno de los principios elementales de la teoría sobre el origen de las especies de Malthus, Lyell, Wallace y Darwin que, aunque injustamente atribuida a éste último, es en realidad una gran obra coral hilvanada por todos ellos y a todos ellos debida.
Si atendemos a ese principio básico, la sexta gran extinción que está atravesando el planeta, una declive que está siendo perfectamente documentado, un período de biodecadencia que el propio programa de la ONU para el medio ambiente (PNUMA) ha señalado como “la mayor crisis de la biosfera desde la extinción de los dinosaurios”, sería en realidad una etapa de cambios: de renovación y relevo.
El profesor Jesús Mosterín, filósofo de la ciencia, sostenía ese punto de vista al entender que “la biodiversidad no es un continuo” sino que los genes, replicándose y recombinándose, caracterizan a las especies y que éstas viajan a través del tiempo como la sabia por las ramas de un árbol. “A menudo alguna de las ramas se seca y se cae, pero otras se bifurcan y siguen poblando la copa”. A tal efecto el autor de ¡Vivan los animales! (Random House Mondadori, 1998) nos recordaba que “el 99% de las especies que ha habido ya han desaparecido, mientras que el 1% restante serían las yemas terminales, a día de hoy, de la evolución biológica”.
Incluso hay quien niega que la crisis de las especies superiores se pueda relacionar con una crisis de la biodiversidad en su conjunto, poniendo como ejemplo la situación que atraviesa el más desconocido de nuestros patrimonios biológicos: los microorganismos.
Para el prestigioso microbiólogo francés Jacques Balandreau, del Instituto Francés de Investigaciones Científicas, “la disminución del número de especies no es un fenómeno generalizable al conjunto de la biosfera. Los microorganismos no sólo son la excepción a la regla, sino que se está demostrando que la acción del hombre y las presiones de la selección que genera, están favoreciendo la diversidad microbiana”.
Si entendemos la biodiversidad como una carrera de relevos deberíamos aceptar la extinción de unos como la oportunidad de otros, eso es cierto. Sin embargo lo que ocurre ahora es que somos nosotros los que estamos alterando las condiciones de la carrera, colocando obstáculos aquí y allá y tergiversando el resultado, por lo que no podemos hablar de selección natural sino de injerencia evolutiva con resultados catastróficos.
Es el ser humano el que, como precursor de la crisis climática, alterando los equilibrios de los ecosistemas, propiciando la translación de las especies invasoras, está modificando las condiciones de vida en el planeta, alterando el ritmo de la evolución y poniendo en peligro la diversidad biológica. En ese sentido, Jose Luis Gallego concluye " no estamos en un tiempo de relevo, sino ante un ocaso de la biodiversidad propiciado por el ser humano: una consecuencia más del antropoceno".
Fuente: La Vanguardia