La actividad comercial tiene una gran capacidad de cohesionar y de articular el territorio de una forma equilibrada y respetuosa con el entorno natural.
Una de las características de nuestra época es el aumento de la conciencia ciudadana sobre la importancia de la sostenibilidad medioambiental en la sociedad en general y especialmente en las actividades económicas, ya que son éstas las que, sin duda, provocan un mayor impacto sobre el sistema biofísico.
Los poderes públicos están desarrollando en los últimos decenios políticas en defensa del medio ambiente en todos los ámbitos territoriales y sectoriales. El comercio no sólo no constituye una excepción, sino que al ser un sector directamente implicado en la vida urbana está comprometido activamente con la responsabilidad ambiental.
Tradicionalmente, el comercio minorista ha constituido una de las principales actividades económicas de cualquier núcleo de población, adaptándose a las necesidades de los consumidores, a las nuevas funcionalidades urbanas y, en general, a los cambios que se producen en la sociedad. Por ello, el comercio constituye una actividad dinámica y con gran capacidad de adaptación y flexibilidad, ya que va más allá de la visión puramente económica, constituyéndose como una actividad dinamizadora del territorio, puesto que lo dota de vida ya que es capaz de insertarse en la trama urbana logrando fusionarse con la misma. Por ello, podemos afirmar que el comercio tiene una gran capacidad de cohesionar y de articular al territorio de forma sostenible.
Algunas claves
Es en este contexto donde es posible analizar la relación exisitente en la actualidad entre el comercio y el medio ambiente tanto desde una perspectiva global como desde los establecimientos concretos.
Desde la primera perspectiva hay que partir de la revalorización del territorio ligada a una mayor concienciación por el medio ambiente y especialmente de las consecuencias que la localización de la oferta comercial tiene sobre el aumento o disminución de la contaminación atmosférica, sobre todo por la emisión de gases de efecto invernadero, y acústica ocasionada por el tráfico rodado de vehículos y sobre la saturación de las infraestructuras urbanas e interurbanas.
El tradicional desarrollo urbano apoyado en la utilización del automóvil privado resulta hoy día incompatible con el equilibrio territorial y genera un balance ambiental negativo. El crecimiento de las ciudades, y sus áreas de influencia, así como la progresiva aparición de áreas monofuncionales, ha originado que la movilidad constituya uno de los problemas fundamentales de la sociedad actual.
La 'ciudad compacta'
La nueva Ley de Comercio Interior de Andalucía (LCIA) recientemente aprobada, defiende la ciudad compacta como estructura que permita una red más funcional y eficiente, evitando desarrollos urbanos no deseados. Por ello, se opta por la preferencia de ubicación de grandes superficies minoristas en los sectores limítrofes o contiguos a áreas urbanas, capaces de articular territorios fragmentados y de contribuir en todo caso a consolidar un espacio urbano diversificado, evitando las soluciones aisladas de implantación que conlleven efectos expansivos no deseados.
Así, en la normativa se fusiona la planificación de la actividad comercial (dimensión sectorial y territorial) teniendo en consideración el uso que se hace del suelo (dimensión urbanística) y los efectos que el comercio puede generar sobre el medio ambiente (dimensión Ambiental).
En este esquema, el territorio, la accesibilidad y el transporte público cobran una especial relevancia. La interrelación entre estos elementos es fundamental para lograr la cohesión y articulación territorial, logrando también potenciar la actividad comercial como motor económico y de revitalización de espacios urbanos deprimidos y aislados.