Últimamente, se están acumulando indicios de que el llamado consumo colaborativo está pasando de la fase de simpática anécdota a la de alternativa creíble (e incluso a la de amenaza latente, según para qué intereses). La patronal del autobús (Fenebús) ha planteado en los tribunales que las redes de coche compartido (en concreto BlaBlaCar) pueden suponer competencia desleal (aquí se puede leer el punto de vista de otra empresa del sector del coche compartido, Amovens, sobre este asunto). Airbnb, una red para compartir alojamiento entre particulares, vale tanto como la cadena hotelera Hilton, mientras que una empresa que permite localizar coches con conductor se acerca al valor (de mercado) de la firma de coches de alquiler Hertz.
Estas tres nuevas empresas no tienen autobuses, ni coches, ni hoteles. El "hardware" lo ponen los particulares. En este caso utilizan el enorme e infrautilizado parque de vehículos privados, alojamientos y carnets de conducir. Esto se puede extender a muchas más cosas: habilidades personales de todo tipo, herramientas, electrodomésticos. Imagínense la reducción de huella ecológica que eso supone.
Una persona puede "fabricar" o necesitar cualquier cosa y, gracias a la tecnología de internet, dar salida a sus productos o bien obtener respuesta a sus necesidades con gran facilidad. Es un paso más a partir de los anuncios por palabras entre particulares de toda la vida.
Fuente: señalesdeSostenibilidad, boletín informativo de Fundación Vida Sostenible.