En los últimos meses, los microchips de silicio han cobrado gran protagonismo, en gran medida debido a su escasez -y el efecto que ésta tiene en industrias de tanto peso como la automovilística- y por su papel crucial en la lucha contra el cambio climático.
En concreto, sin los semiconductores, no se podrían desarrollar paneles solares ni turbinas eólicas o vehículos eléctricos, todo ellos imprescindibles para alcanzar una economía cero emisiones en un futuro cercano. Sin embargo, esta pieza clave del futuro verde tiene un lado oscuro: su fabricación requiere ingentes cantidades de energía y agua, además de generar residuos tóxicos.
Ante la crisis climática a la que se enfrenta el planeta, los gobiernos se han comprometido a alcanzar las emisiones cero en 2050, al tiempo que están apostando por impulsar la fabricación de semiconductores, que "representa la mayor parte de la producción de carbono" de los dispositivos electrónicos, según una investigación de la Universidad de Harvard de 2020.
De esta manera, para dar respuesta a la creciente demanda de chips y solventar los retrasos derivados de la pandemia, Estados Unidos se propone financiar esta industria con 52.000 millones de dólares en cinco años, mientras la UE tiene una nueva legislación para aumentar su cuota de mercado mundial de chips hasta el 20% en la próxima década.
Ante este punto de inflexión, el sector de los semiconductores se ha propuesto reducir su huella de carbono al tiempo que sigue creciendo. En parte, este cambio de rumbo ha estado influido por la llegada de unos inversores más críticos y el peso de la inversión basada en criterios ESG (social, medioambiental y de buen gobierno), señalan miembros del sector a The Guardian.
Asimismo, ha contribuido la mayor disponibilidad de energías renovables, lo que en cierta manera cierra el círculo. Ejemplos de este compromiso son Intel, que se ha comprometido a obtener el 100% de su energía de este tipo de fuentes para 2030, o TMC, quien utiliza casi el 5% de toda la electricidad de Taiwán y firmó el año pasado un acuerdo de 20 años con la empresa danesa de energía Ørsted para que le suministre energía renovable.
Entre las apuestas de la industria también se encuentra la de reducir la emisión de gases mediante la implantación de depuradoras y la sustitución de los gases más contaminantes por otros "más limpios" -como el fluor, con un menor impacto en el calentamiento global- o los que se emplean en el grabado de patrones y la limpieza de la superficie de silicio de una oblea, la pieza que se utiliza para fabricar semiconductores.
Un proceso de cambio y adaptación que no será barato, pero dará respuesta a la creciente demanda y a las inquietudes de los consumidores, quienes están dispuestos a pagar más si el producto ha seguido de elaboración más sostenible.
Empezó en 2020 como un desajuste temporal entre la oferta y la demanda y, ahora, puede prolongarse hasta el año que viene. La escasez de semiconductores es el resultado de una falta de previsión por parte de la industria, no pensaron que con la pandemia la gente iba a ahorrar e invertir en productos como los ordenadores; la paralización de fábricas; y el hecho de que hoy en día casi todos los productos llevan un chip.
Uno de los sectores más afectados por esta crisis es el del automóvil, el cual hace frente al desabastecimiento mundial de microchips anunciando el cierre de fábricas. Esto, a su vez, repercute en los concesionarios, sus trabajadores y a los consumidores. Una crisis que puede terminar generando presiones inflacionistas y lastrar la recuperación económica, según alertaba recientemente en un estudio el Banco de España.
La escasez de semiconductores también ha repercutido en la fabricación de material y equipo eléctrico, la fabricación de productos informáticos y electrónicos, la de productos de caucho y plástico, y en la industria química.
Cabe mencionar que otras materias primas -productos químicos, plásticos, maderas o metales industriales- también están teniendo problemas de abastecimiento como consecuencia de la recuperación de la demanda a nivel global, lo que está provocando el incremento del precio de las mismas.
A pesar de esto, Bank of America ve una creciente demanda de chips y, en consecuencia, ha aumentado sus perspectivas de venta para el sector. Según sus previsiones, las ventas total de la industria aumentarán hasta 544.000 millones de dólares, un 24%, en 2021, un 3% más que sus proyecciones pasadas.
Además, los analistas de la entidad han incluido entre sus principales acciones de cara al ultimo trimestre del año a Nvidia y al proveedor de chips para automóviles ON Semiconductor, según publica Business Insider.
Fuente: El Economista