La Fundación Félix Rodríguez de la Fuente cesa en su actividad de honrar la obra del gran arquitecto del medioambiente español que lleva por nombre (Burgos, 1928-Alaska, 1980). Irónicamente, en estos días se pulverizan doce años de trabajo, en peligro de extinción como sus queridos linces ibéricos u osos del cantábrico. De tener 25 empleados y ser un interlocutor del ambientalismo español, ha pasado a tener una única trabajadora, la propia Odile, hija de Félix. Ya no tienen ni sede. Ella misma hace una gestión básica de la web de la fundación desde su casa. «Los únicos que no quieren darse de baja son los del Club de Amigos», afirma con agradecimiento pero sin esperanza, ya que no puede responder a la deuda de 1,1 millones de un contrato-préstamo firmado con el Ministerio de Industria.
Marcelle Parmentier, viuda de Félix, y su hija Odile pensaron en algo que ensanchara aún más el legado que se perdió en aquel accidente de avioneta en Alaska. Todo iba sobre ruedas y los proyectos con sello ‘ecoambiental’ y educativo se multiplicaban. El ‘tsunami’ de la crisis tardó en llegar a las entidades no lucrativas. Pero lo hizo con toda crudeza ya que a partir de 2010 es cuando los planes plurianuales de ayudas se hunden.
«En los últimos seis años nos hemos reorientado para lograr proyectos de negocio y diversificarnos. Todo en vano. Y además somos una fundación sin patrimonio», confirma la hija del creador del serial ‘El Hombre y la Tierra». Pero solo comenzaron a cavar su actual entierro. En 2009, el ahora muy imputado expresidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, firmó con Odile un contrato de colaboración. Comenzaron ambiciosas iniciativas como el Observatorio sobre Árboles Singulares y Monumentales o EnArbolar (BigTrees4Life), un gran proyecto con fondos europeos que el Gobierno autonómico debía financiar con más de 558.000 euros a través de su empresa Imelsa. Una sociedad que después sería intervenida al demostrarse que también era una tapadera para justificar pagos sin contrato alguno. Al menos, las auditorías concursales realizadas hasta ahora no han demostrado que la fundación ambiental tenga implicación alguna en operaciones irregulares.
En su huida hacia adelante, la Rodríguez de la Fuente acudió en 2010 a los Planes Avanza del Ministerio de Industria, que ofrecían ayudas mitad subvención, mitad préstamo a largo plazo. La ficción contable aguantó en difícil equilibrio hasta 2014, cuando todas las mechas de la ‘mascletá’ política valenciana explotaron a la vez. Imelsa fue intervenida y todos sus pagos paralizados.
La falta de fluidez impidió responder al Ministerio de Industria. Ni siquiera el nombre que había detrás ablandó al entonces ministro José Manuel Soria, ni a su sucesor. «No tenemos por qué ser más que nadie, pero solo hemos recibido silencio y avisos de cuánto debemos a Hacienda», admite la hija de Félix. La cifra final supera el millón de euros, que deberían saldarse en un máximo de diez años. Ni siquiera hay consuelo en el hecho de que, cuando baje la persiana del todo en su céntrica calle de Fuencarral de Madrid, no estará en juego nada del legado cultural de quien le da nombre y señas de identidad. «No, lo que creó mi padre en vida no está en juego. Su nombre era más grande que todo eso. Y éramos una fundación sin patrimonio alguno», concluye Odile. El acto que compartió con la Reina Sofía hace tres semanas podría ser el último de su agenda y de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente.
Fuente: modificado de Sur.es