Hay un problema que no deja de crecer bajo nuestros pies. La mayoría ni siquiera somos conscientes de ello, pero se hace más grande cada año. Lo que sí vemos son edificios de oficinas que brillan al sol en los márgenes de la ciudad, bonitas casas que se edifican sobre lo que hasta el año pasado era un trigal, o un nuevo centro comercial en las afueras con aparcamiento para cientos de coches. Esos signos externos de prosperidad económica son, sin embargo, parte del problema. Tienen un coste oculto y dejan un legado inquietante. El problema está en la combinación de dos tendencias interrelacionadas: por un lado, construir sobre terrenos que anteriormente eran suelo abierto —lo que se denomina "ocupación del suelo"— y, por otro, cubrir esos terrenos con capas impermeables de asfalto u hormigón; lo que se llama "sellado del suelo".