MainStreet Partners, firma integrada en Allfunds y especializada en inversión sostenible, señala que el mercado de bonos verdes se encuentra en un punto de inflexión en el que la transparencia y la calidad de los datos son esenciales para mantener su crecimiento y credibilidad. Según Jaime Díaz-Río Varez, investigador asociado en MainStreet Partners, la medición de la huella de carbono por euro invertido se perfila como el próximo estándar para evaluar el impacto real de este tipo de emisiones.
En 2025, el mercado global de bonos verdes, sociales y sostenibles (GSS) superó los 5,5 billones de dólares en emisiones acumuladas, con más de la mitad correspondiente a bonos verdes. Las previsiones apuntan a más de un billón de dólares en nuevas emisiones este año, lo que confirma su papel central en la transición ecológica. “El reto ya no está solo en crecer en volumen, sino en garantizar que cada euro invertido aporte el máximo beneficio climático posible”, afirma Díaz-Río.
La compañía destaca que marcos como los Principios de Bonos Verdes de la ICMA, sus guías de reporte de impacto actualizadas en 2024 y el Estándar Europeo de Bonos Verdes, en vigor desde diciembre de 2024, han fortalecido la confianza de los inversores. En lo que va de 2025, al menos cinco emisores han adoptado este estándar, destinando más del 85 % de los fondos a actividades alineadas con la Taxonomía de la Unión Europea. Sin embargo, los indicadores tradicionales, como los megavatios generados o los metros cúbicos de agua ahorrados, presentan limitaciones para comparar de forma precisa el impacto entre emisores, sectores y geografías.
Medir la reducción de CO₂ equivalente por cada millón de euros invertido añade una dimensión clave a la evaluación de la eficiencia climática. Este enfoque permite comparar proyectos verdes entre sí y frente a emisiones convencionales, priorizando aquellos que ofrecen un mayor retorno ambiental por unidad de capital.
Un ejemplo es el del proveedor energético alemán ENBW, cuyos bonos verdes han financiado proyectos eólicos con una huella de carbono significativamente más baja que la de sus emisiones convencionales. “Este tipo de comparaciones no solo ayudan a identificar qué proyectos son sostenibles, sino también cuán sostenibles son y con qué eficacia se utiliza el capital disponible”, subraya Díaz-Río. Analizar este impacto en términos de toneladas de CO₂ evitadas por unidad de capital invertido permite conocer con precisión la eficiencia climática alcanzada y facilita que los inversores tomen decisiones basadas en datos comparables.
Para integrar plenamente esta metodología en el análisis financiero, organismos como ICMA trabajan en la armonización de cálculos de emisiones evitadas y en métodos de evaluación del ciclo de vida. El objetivo es complementar los informes cualitativos con métricas cuantitativas que permitan alinear las carteras de inversión con los compromisos climáticos globales y mejorar la rendición de cuentas del sector.
“La huella de carbono puede convertirse en la brújula que guíe la próxima etapa del mercado verde, aportando transparencia, rendición de cuentas y comparabilidad real”, concluye Díaz-Río.
Fuente: Allfunds