Doctorada en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona, Elisabet Roca ha trabajado en proyectos de investigación nacionales y europeos sobre percepción social y participación para la gestión integrada de las zonas costeras. Actualmente es profesora de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Cataluña, donde desarrolla su investigación en el ámbito de los impactos socioambientales de las intervenciones territoriales y el urbanismo. En esta entrevista explica la visión que tiene la ciudadanía de las playas y propone relacionar esta visión con una gestión adecuada de estos espacios.
La playa no ha sido siempre un lugar para el ocio. ¿A partir de qué momento pasa a serlo?
La función turístico-recreativa de las playas en el Mediterráneo es relativamente reciente. Hace unos cien años eran espacios para la pesca, el comercio y la industria marítima. El cambio comenzó con el descubrimiento de las propiedades curativas de las aguas marinas que hizo que los baños adquirieran importancia. Después vendrá la valoración del bronceado, hacia 1920, y entonces el sol y la arena pasan a ser los elementos más codiciados, pero en principio para minorías. Todo ello irá incrementando progresivamente la popularidad de las playas hasta llegar a convertirlas, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en iconos del turismo de masas. Con el tiempo la costa Mediterránea se ha convertido en uno de los destinos turísticos principales del mundo.
¿Hay un tipo de playa que tenga el favor mayoritario de la gente?
Los trabajos realizados en la costa catalana apuntan a que las percepciones sociales no sólo están influenciadas por las características físicas, ambientales y la dotación de servicios de las playas sino también por el perfil sociodemográfico del usuario que las frecuenta.
Por lo tanto hay diferentes playas ideales.
Hay diferentes perfiles de usuarios con preferencias concretas. Por ejemplo, los usuarios de edad avanzada, los niños, o los que tienen movilidad reducida prefieren playas seguras, con menos pendientes de entrada al agua, protegidas y con menos oleaje. Los jóvenes, que las ven como espacios de relación social, las quieren con servicios. Y el público familiar prefiere playas tranquilas y poco frecuentadas.
Más allá de esta diversidad debe haber unos factores comunes en cuanto a la valoración. ¿Cuáles serían?
La mayoría de gente que viene a las playas catalanas señala la limpieza de las aguas y la arena como el aspecto más importante a la hora de valorar una playa y, en segundo lugar, se aprecia el paisaje. En cambio, en estudios realizados en playas del norte de Europa, estas prioridades se invierten. Hay una explicación: la función recreativa de bañarse y tomar el sol no es tan común en el norte, y la calidad paisajística se valora más.
¿Cuáles son los aspectos menos valorados también en general?
Aquellos que están asociados con la saturación. Esto se traduce en una cierta penalización de parámetros como la anchura de la playa, el ruido proveniente de actividades humanas y el espacio destinado a otras actividades. Ahora, si bien estos aspectos no obtienen tan buena puntuación como otros, tampoco generan una percepción tan negativa como para desalentar a los usuarios de volver a un determinado lugar.
¿Y qué lugar ocupan los valores naturales de las playas en las percepciones de un usuario medio?
En entornos con presencia de valores naturales importantes, como por ejemplo la Costa Brava, los usuarios más conscientes y más exigentes son la gente del lugar o los veraneantes fieles que observan los cambios a lo largo del año y con el paso del tiempo. En cambio los turistas extranjeros que vienen para una corta estancia se muestran bastante satisfechos. En entornos muy artificializados como Barcelona, las playas se vinculan estrictamente a un uso recreativo. Si bien es cierto que la recuperación del frente litoral de la capital ha permitido reintroducir en el imaginario colectivo un espacio olvidado durante muchos años. Vale la pena distinguir también entre apreciación del paisaje y de los valores naturales como hechos diferentes. La apreciación estética y subjetiva de un entorno no está vinculada a que sea más o menos natural o esté más o menos antropizado.
Si tenemos diferentes tipologías de playa, sería lógico pensar en una gestión diferenciada.
Sí, y esto requiere una visión estratégica de todo el sistema costero catalán donde se planifique qué playas se orientarán a funciones recreativas, principalmente las situadas en frentes urbanos y que se encuentren más antropizadas, y qué playas priorizarán la función de conservación para proteger los valores ambientales. Los dos enfoques pueden convivir perfectamente. Y aún más, habría que trabajar en las playas en situaciones intermedias, es decir, aquellas con gran frecuentación de usuarios donde aún exista la posibilidad de desarrollar un pequeño proyecto demostrativo de conservación -por ejemplo de restauración dunar, o de recuperación de especies -que tendría un valor pedagógico y sensibilizador nada despreciable para una gran cantidad de personas.
¿Y hasta ahora se ha hecho de esta manera?
Creo que a nivel local se ha hecho mucho trabajo en gestión de playas y algunos municipios ya han adoptado políticas diferenciadas según se trate de una playa más urbana o más natural. Sin embargo, han hecho una gestión focalizada en los usos recreativos, mientras que los aspectos de conservación y de protección (seguramente por la falta de competencias y de financiación) han quedado fuera de su alcance. Pienso que es necesaria una visión más estratégica, previamente consensuada, que establezca unas directrices en cuanto a gestión de las funciones recreativas, la conservación de los valores naturales y las estrategias más adecuadas de protección.
¿La ciudadanía se da suficiente cuenta de la realidad dinámica de las playas?
Sí es consciente porque ve que en invierno a veces la playa desaparece y, además, todos hemos sido testigos de muchas intervenciones de ingeniería en los últimos años para estabilizar la línea de costa. En este sentido la gente en general prefiere que se trabaje para conseguir la estabilización de las playas. La rigidificación del litoral ya empieza en los años 30 y 40, con los espigones, y en los años 90 llegó la regeneración. Normalmente se habla de obra dura y obra blanda para distinguir las dos tipologías de intervención, pero la verdad es que, según como, la blanda es muy dura porque altera los ecosistemas marinos. Otro enfoque del tema pasa por recuperar las dinámicas naturales en algunas zonas, con la protección de los sistemas dunares o restaurando humedales. Esta línea de trabajo se ha empezado a hacer en Inglaterra y en el norte de Francia, con grados de naturalidad elevada. Tampoco se trata de desmantelar paseos marítimos. Por lo tanto no se podría aplicar en Sitges, pero sí en el Delta del Ebro, en determinadas zonas. Claro que esta opción puede generar conflicto si coincide con un espacio donde se realicen diversas actividades.
¿Y cuál es el criterio de actuación? ¿Qué debe predominar: las actividades o la restauración de las dinámicas naturales?
Hay que decidir en cada caso. El problema es que, como tenemos tan poco background sobre este tipo de intervenciones, suelen generar rechazo social porque se desconoce la eficacia de las medidas. Y por eso pienso que hay que explicarlas mejor. Una buena manera es hacer que la población participe en el mismo proceso de diseño de estas estrategias. En Inglaterra, por ejemplo, en Essex, se han hecho procesos participativos de hasta siete años de duración para sacar adelante un proyecto de gestión de la playa. Lo mismo ha sucedido en la Isla de Wight.
Aquí el entorno mediático parece que sólo refuerza la visión estrictamente lúdico-recreativa de las playas.
Hicimos un trabajo de análisis de la prensa de Barcelona en un periodo de 5 años y las noticias se centraban casi siempre en usos recreativos y, además, las playas aparecían en primavera y desaparecían en otoño. El resto del año simplemente no existían.
¿Cómo afectan los puertos deportivos a las playas?
Hacen de barrera a la aportación que reciben las playas de las corrientes marinas, pero el problema es sobre todo la impermeabilización del territorio cercano a las playas. Esto es lo que hace que no lleguen sedimentos. En algunas partes del litoral no hay arena para todos y por tanto hay que decidir qué playas hay que mantener, haciendo un análisis riguroso que incorpore el punto de vista ambiental, el social y el económico. Hay lugares donde la existencia de la playa implica regenerar artificialmente de forma continuada, pero entonces cabe preguntarse: ¿quién paga todo esto? Y aquí aparece de nuevo la necesidad de una visión estratégica global de la costa catalana, para ver donde hay que asignar los recursos, teniendo siempre en cuenta los agentes locales.
¿No tenemos esta visión?
Yo creo que no. No ha existido ningún plan de gestión integrada de la costa catalana. Ha habido iniciativas, como el Plan Director Urbanístico del Sistema Costero, cuyo objetivo ha sido preservar de la urbanización algunas zonas, aunque no ha ido acompañado de un plan de gestión de las zonas que se protegían. También se ha hecho protección a través del sistema de espacios naturales. Todo esto está muy bien pero se ha actuado de forma sectorializada. Tradicionalmente el reparto ha sido: protección, el Ministerio, conservación de espacios, la Generalitat de Cataluña, y la parte más orientada a servicios y turismo, los municipios.
Fuente: Sostenible