Entre enero y junio de este año se registraron en España 3.451 incendios, un 6% más que en el primer semestre de 2020, según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO). Bajo esa dinámica creciente subyace un cambio de tendencia, ya que mientras suben los conatos –de 1.776 en 2020 a 2.254 en 2021–, se reducen los incendios propiamente dichos –de 1.284 a 1.197– y se duplican los llamados grandes incendios forestales (GIF), los que afectan a más de 500 hectáreas, que pasaron de 3 a 6.
Como explica Jordi Vendrell, responsable de proyectos internacionales de la Fundación Pau Costa, con la que colabora Fundación Aquae a través de la Red Impulsores del Cambio (RIC), “desde finales de los años 90 del siglo XX ha bajado el número de incendios –aquellos que afectan a más de una hectárea– y ha disminuido la superficie media que queman. Pero se han incrementado los grandes incendios forestales, que son los que queman más de 500 hectáreas y lo hacen con más intensidad y virulencia. Se propagan a gran velocidad y tienen mucho más impacto sobre el ecosistema. No es lo mismo tener un incendio de 10.000 hectáreas que 200 de 50. Los pequeños se apagan”.
En España, entre 2010 y 2019 el número de siniestros se redujo en un 36% respecto a la década anterior y la media de la superficie afectada disminuyó en un 27%. No obstante, la proporción de grandes incendios crece año tras año respecto al total de siniestros. Y aunque apenas suponen el 0,18% del total, en ellos arde el 40% de la superficie total afectada por el fuego.
De hecho, según datos de Copernicus, el programa de observación de la Tierra que gestiona la Comisión Europea para toda la Unión, desde el 1 de enero y hasta el 25 de julio de este año se han producido en España 12 Grandes Incendios Forestales. Tres en Andalucía, otros tres en Cantabria, dos en Castilla-La Mancha y uno respectivamente en Canarias, Cataluña, Castilla y León y País Vasco. En conjunto han
quemado más de 26.000 hectáreas.
“Ahora estamos en esta dinámica: tenemos menos incendios, pero los que tenemos se hacen mucho mayores porque son más virulentos y queman con mayor intensidad” señala Vendrell, que achaca este cambio de tendencia a dos grandes pilares: el despoblamiento rural producido desde finales de los años 60, que significó que muchas hectáreas de monte forestal dejaran de cultivarse y cuidarse, generando más carga de combustible forestal. Y el cambio climático, que se visibiliza en temperaturas medias más altas y un régimen de lluvias cambiante.
“Ha cambiado la distribución de las lluvias durante el año. No llueve igual ahora que hace 30 años y no es lo mismo que caigan 10 litros durante 10 días que 100 litros en un día. Lo primero implica aprovechamiento, lo segundo genera inundaciones. El agua se evapora con más facilidad y nuestros bosques tienen menos agua para sobrevivir, son mas vulnerables, sufren estrés hídrico”.
La respuesta inmediata a los incendios es la extinción y España dispone de un potente cuerpo de bomberos, eficaz, con gran experiencia, recursos y buenos sistemas técnicos. Pero, aunque el agua siga siendo la principal herramienta contra el fuego, los sistemas de extinción de todos los países, forestales y no forestales, tienen límites y no están preparados para hacer frente a estos escenarios de mega-incendios de alta intensidad.
“La extinción no es la solución, es la respuesta al problema a corto plazo. La solución pasa por atacar el origen del problema y esto se hace invirtiendo en prevención, que debe enfocarse en la gestión del territorio”, señala Vendrell.
La prevención exige estrategias fuertes, de país, para luchar contra los efectos del cambio climático, cuyos resultados se verán a largo plazo, y contra la despoblación de las zonas rurales. Los gobiernos central y autonómicos deben invertir en gestión sostenible del territorio y revalorizar los bienes rurales y el comercio local. “Repoblar la España vaciada y fomentar una economía rural sana preservaría y enriquecería la biodiversidad, reduciría el riesgo de mega-incendios y facilitaría el control del fuego”, señalan desde la Fundación Pau Costa.
En esa línea, y para que haya gente dispuesta a repoblar y vivir del monte, habrá que revalorizar los productos y bienes rurales (madera, olivos, productos del pastoreo…) y concienciar a la población para que los consuma. Con valores ecosistémicos de biodiversidad se contribuiría a fijar carbono en el suelo, a un mejor aprovechamiento de las lluvias y a generar un paisaje mosaico con monte abierto, que se está perdiendo y es beneficioso para especies como conejo, perdiz y águila, y monte cerrado.
Para Jordi Vendrell, “la capacidad humana y técnica en extinción ha llegado al límite. Debemos buscar ese cambio social que implica una mejor gestión de los montes y que desde la población se apoye a través del consumo de proximidad. Los fondos next generation de la Comisión Europea son una oportunidad para acometer esa economía verde”.
La Fundación Pau Costa, que este año celebra su décimo aniversario, se creó para conectar a los expertos de ámbito internacional y los distintos actores que participan en la gestión de incendios (extinción, prevención, investigación académica), compartir información y experiencias, y avanzar en el conocimiento de los incendios forestales.
Ha sido seleccionada por la CE para participar en un proyecto europeo cuyo trabajo se centra en identificar las líneas de investigación estratégicas donde invertir en prevención, investigación y gestión del territorio. “Desde la experiencia española vamos a identificar y decidir las líneas clave de la CE en los próximos 10 años en cuanto a incendios forestales”, concluye Vendrell.
La colaboración de Fundación Aquae y Fundación Pau Costa desarrollará acciones en Alicante en 2022 con el objetivo de concienciar a los ciudadanos y los organismos públicos, facilitarles pautas para evitar igniciones y subsanar lo antes posible los daños que puedan provocar los incendios.